La cantautora publicó este año su primer LP: ‘Lo que no ocupa un espacio’, donde realiza una introspección melancólica, a través de paisajes sonoros y un instrumentación que reta los estándares del folk.
Texto: Leonardo Casiano | Fotografía: Oliver Lecca
Fue en las tardes libres de un verano en Canadá, a punto de terminar la universidad, que Camille Jackson decidió sumergirse en un mundo lleno de tonalidades acústicas. Sin una base teórica, con una guitarra sobre sus piernas, inició su carrera musical construyendo punteos y acordes que aprendió mirando videos de YouTube. “Cuando comencé escribía letras para mí. Eran bastante inmaduras, porque decían exactamente lo que sentía”, recuerda. Hoy, por el contrario, en sus líricas los personajes ficticios de novelas leídas se unen a sus experiencias y juntos esculpen imágenes y frases crípticas que, en lugar de narrar, sugieren.
En Mateo e Ignacio Majluf encontró a los cómplices que se integrarían a su proyecto y lo solidificarían como una de las propuestas más interesantes dentro de la escena independiente peruana. Junto a ellos, su estilo musical exploró otras vertientes. “A todos nos gusta Chabuca Granda, King Krule, Radiohead, Björk. Buscamos usar la voz y la melodía de una forma más experimental”, confesa la cantautora.
Lo que no ocupa un espacio es una artesanía, una labor en conjunto, un collage. “Fue nuestra primera exploración, donde buscamos experimentar y entender qué es lo que conlleva un LP en todos los sentidos”, afirma la cantautora. Y es que la experiencia musical la satisface, la completa. Camille Jackson no pertenece a los grandes escenarios ni a las multitudes fieras; su música se entiende en lo personal, en el aura de los bares y la bohemia. Así, paso a paso, consolida su rumbo.