Desde la adolescencia se puso detrás del volante y, desde entonces, no se ha despegado. Para él es sencillo: no puede imaginar su vida sin velocidad y adrenalina.
Por: Jesús Cuzcano | Fotos: Oliver Lecca
Doce años tenía cuando pisó por primera vez el acelerador de forma profesional. Su papá le dio la bendición a su temprana afición por los fierros al regalarle su primer kart. «Me mintió», ríe el corredor. «Me dijo que íbamos a ir a pasear, pero cuando en el kartódromo llegó el preparador y me dijo «esto es tuyo», yo no tenía palabras. Si ganar un carrito de juguete para mí era lo máximo, imagínate esto».
A partir de ese entonces no paró. El primer campeonato en el que participó, el Metropolitano de 1991, lo ganó. Y bueno, hizo lo mismo en el del 92, 93 y 94. A los 15 compitió en su primer circuito internacional, en el sudamericano de kartismo en La Paz, Bolivia; luego vendrían los mundiales y empezaría a hacerse un nombre en podios a nivel internacional. El chico al que su padre hacía faltar al colegio para prepararse para las carreras, tenía la mirada clara en la meta.
Aunque pasó una temporada junto a sus padres en Japón, entre el 97 y el 2001, el interés por estar detrás del volante no se desvaneció. Por el contrario, se hizo más grande. Allá conoció gente que formaba parte de la Fórmula Nippon. No pudo correr, pero fue alimentando una ilusión que se haría realidad a su retorno en 2001, fecha en la que su padre [quien regresó a Perú el año anterior] lo sorprendió con otra noticia. «Ven a Perú, hay oportunidad de correr, esta vez con autos». Era evidente, no había nada más qué decir.
Tributo a las raíces
Para competir, Kobashigawa no se ha subido a otro auto que no sea Honda: actualmente es embajador de la marca japonesa. Cuando regresó a Perú de Japón, condujo un Honda Civic del año 1994. «Era tan bonito que no daban ganas de desarmarlo», bromea. Por varios años aprendió a dominarlo y, cuando en abril del 2004 lo destrozó luego de un accidente en la primera fecha del campeonato nacional en el circuito de Santa Rosa, volvió a adquirir uno del mismo modelo. Ese lo llevó a su primera victoria a finales de ese mismo año, en Las 6 horas peruanas. Y desde ese entonces, no ha dejado de ganar. «Soy seis veces ganador de Las 6 horas peruanas», recuerda emocionado. «Pero sin el apoyo de la marca no habría podido tener esta cantidad de títulos». Para este piloto Honda tiene, sobre todo, valor emocional. Simboliza un tributo a las raíces niponas de su familia. En esta oportunidad, lució su Honda Civic del 2008. El modelo del 2018 aún lo guarda bajo llave, ya que será ese el que lo acompañará en los próximos campeonatos. En aquel pronto lo veremos brillar.