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La intervención de los caballos

En la equinoterapia, Fernanda Morey halló el punto de encuentro entre su pasión por los caballos y su tardío interés por la psicología. ¿Qué tiene la naturaleza de un caballo que no tiene la ciencia?

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«¡Bien, Adri! ¡Fuerte!», grita la equinoterapeuta Fernanda Morey. Tomada de las axilas por su padre, Adriana, de tres años, se dirige hacia la yegua Facunda y en poco más de un minuto recorre su camino de metro y medio. «Pensar que hace un tiempo les dijeron a sus padres que la niña no se iba a poder ni sentar», recuerda Fernanda.

La condición de Adriana se llama atrofia espinal muscular, un trastorno genético que dificulta o anula el desarrollo de las neuronas motoras. Para tratarla o buscar una cura, los médicos investigan determinadas proteínas humanas, los institutos de robótica desarrollan exoesqueletos biónicos y los centros de terapia ensayan la posible transferencia de genes. Pero los padres de Adriana decidieron algo distinto: complementar sus terapias físicas con dos sesiones semanales en las que su hija se relacione con un caballo. ¿Un caballo? «Clínicamente no te sabría decir si una terapia es mejor que la otra, pero yo veo a mi hija mejor», dice Gaby Díaz, madre de la niña.

Las referencias a los caballos como metáfora de desarrollo personal se encuentran desde Platón, pero la época post-Primera Guerra Mundial motivó la investigación de terapias alternativas para la discapacidad. La equinoterapia, considerada una modalidad terapéutica complementaria, se basa en conocimientos de psicología, medicina, veterinaria, educación y fisioterapia. Pero, más que en datos científicos, se sustenta en la experiencia que se puede generar entre pacientes con distintas patologías y cuatro características del caballo: el calor corporal de 38 grados que transmite al humano es fundamental para problemas motores que impiden un calentamiento previo; el movimiento tridimensional con el que se desplaza estimula la recuperación de funciones perdidas; el confort que se experimenta al montarlo ayuda a la autoestima y al control de las emociones, y sus impulsos rítmicos de 110 latidos por minuto, similares a los de los humanos, provocan una sensación de relajo.
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La capacidad del caballo para percibir el estado emocional de las personas también permite que su comportamiento revele información sobre los pacientes. «Es una ayuda muy potente que influye en varios niveles. Por eso la institución se llama Asociación Nacional de Equinoterapia y Salud Integral. Si bien se busca la interacción y la alegría del grupo humano, también se trabaja por un compromiso con la salud», dice Fernanda.

Desde que era niña y cabalgaba con su padre en Puno, donde vivían, Fernanda ha mantenido una relación con los caballos, pero su acercamiento a la psicología tuvo que esperar. Cuando se preparaba para postular a la universidad, tuvo que dejar de estudiar porque le diagnosticaron meningitis. «Llegó un momento en que sentía que atendía cosas que no me llenaban y no me hacían crecer como persona», recuerda. Por eso recién a los cincuenta años inició sus estudios universitarios en Psicología. Como madre, esposa y estudiante, pasó cerca de ocho años estudiando, y cuando, por un programa del canal Animal Planet, se enteró de que las terapias con animales incluían a los caballos, supo que había encontrado su camino.
Junto con su actual esposo, hijo de un ex miembro de la caballería del ejército, convirtió un terreno en Lurín en el Criadero Tradiciones, que actualmente cuenta con más de treinta caballos. Así comenzó, en un lugar mágico donde hay un jardín con el gras cortado a la perfección y se puede escuchar el sonido de los árboles, y, a lo lejos, una sierra de las fábricas aledañas.

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Para la terapia de hoy de Adriana, María Lecaros, hija de Fernanda, ha probado dos yeguas. Después de ser lanzada hacia adelante por la primera, deciden trabajar con Facunda, que parece estar lo suficientemente relajada. «¡Vamos!», gritan Adriana y María para iniciar la sesión. Sobre el animal que da vueltas al jardín en sentido horario, Adriana alza los brazos conforme le dan indicaciones. El derecho primero, el izquierdo después, luego ambos juntos. Mientras tanto María constantemente le acomoda las piernas para que se sostengan sobre el lomo.

Cuando pone el pecho sobre el lomo del animal, Adriana no puede evitar acariciar su pelaje. El ejercicio más intenso consiste en echarse y enderezarse varias veces sobre el caballo. Para sentarse la pequeña yergue su cuerpo despacio hasta dar un último impulso con el cuello y quedar con el rostro erguido y firme. A estas alturas, nadie diría que cuando llegó a su primera sesión terapéutica, hace ya año y medio, no podía siquiera levantar los brazos.
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