Hace dieciséis años los esposos José Espinosa y María Luisa Risso compraron una casa prefabricada en Huampaní y, confiando en su buen gusto, emprendieron un proceso de remodelación que hoy disfrutan junto a sus hijos.
Desde niña María Luisa Risso transcurrió sus fines de semana entre su casa-hacienda de Chaclacayo y el criadero de caballos familiar, en Ñaña, por lo que años más tarde no le costó decidir que la vida con su esposo y sus tres hijos debía transcurrir también entre el verdor del este de Lima. Cuando descubrieron esta casa hace dieciséis años en Huampaní, su convicción no hizo sino acentuarse. «Nos quedamos prendados de la vista al club de golf, del canto de los pájaros y del silencio de las noches», recuerda María Luisa. «Era una casa prefabricada de las típicas que hay en Estados Unidos, y decidimos remodelarla».
Lo significativo de este proceso fue que la familia no contó con el asesoramiento de un arquitecto para la remodelación. Apenas hace cinco años pidieron al arquitecto Titi de Col que diseñara una piscina, similar a una laguna, en los exteriores de la casa. Pero solo eso. El trabajo, en cuanto a visión del diseño y arquitectura se refiere, ha corrido mayormente por cuenta de la familia. Quizá ahí resida la razón del ambiente íntimo y acogedor que se respira en el interior de este hogar.
En los exteriores se ha buscado una armonía entre los colores del jardín y los objetos que lo rodean. Los muros perimétricos están pintados de marrón chocolate para que las plantas, como las buganvilias rojas, sobresalgan y provoquen un simpático contraste a la vista. Además de la piscina, hay una terraza y un horno de barro con una caja china donde José se relaja haciendo la parrilla.
Tres escalones, hechos con piedras de la zona, son la entrada perfecta a los interiores de la casa. Adentro la sala-comedor está pintada de rojo tomate y destacan los cuadros que adornan las paredes, y una chimenea de piedra que calienta a la familia por las noches. Si se levanta la vista, lo que parecen unas vigas son en realidad los tijerales que antes sostenían el techo de la antigua casa. A esta área le sigue la sala de estar, donde la familia se reúne a ver televisión o leer un libro, y desde donde se puede contemplar el jardín delantero. Finalmente la primera planta la completan los dormitorios de los tres hijos, mientras que la segunda está destinada para la habitación del matrimonio.
La casa de los Risso es tal cual la imaginaron: «una casa donde te relajaras y desconectaras de la ciudad, donde pudieras tirarte en los sillones a disfrutar de la vista e impactarte con la naturaleza exterior», describe María Luisa. Y precisamente eso hacen cada invierno, cuando Lima se pinta de gris y en Huampaní, junto con su familia, renuevan su amor por el campo.