En sus casi veinte años de deportista profesional, el kayakista peruano Juan de Ugarte ha tenido que enfrentar trabas que han afectado sus competencias más deseadas. Pero en el Whitewhater Grand Prix 2016 espera resarcir su deuda personal.
Juan de Ugarte apaga la música electrónica que puso de fondo. El ruido de la construcción frente al ventanal de su sala no se puede ocultar. En dos días huirá. En el Cusco explorará cascadas en el río Sacsara, aprovechará su nueva cámara para hacer filmaciones en el río Apurímac, se adentrará en el cañón naranja del río Paucartambo y recorrerá el río Urubamba. En medio de una Lima en pleno boom inmobiliario, Juan solo piensa en los ríos: «Una vez que te encuentras dentro de un cañón estás totalmente desconectado de las ciudades. Eres tú y la naturaleza tratando de convivir», dice apoyado sobre sus dos piernas separadas, la espalda recta y frotando sus manos permanentemente.
Ha participado en diecisiete torneos internacionales y tres veces se ha coronado campeón. Hoy, después de casi dos décadas de competencias, al cusqueño lo motiva una revancha pendiente: en 2016 competirá por tercera vez en el Whitewater Grand Prix, el más importante campeonato mundial de kayak, en el que corren los 35 mejores kayakistas del mundo. Él es uno de ellos. Veinticinco clasifican a través de distintas competencias internacionales, otros cinco clasifican con un video que demuestre sus capacidades y cinco cupos son cubiertos por mujeres. Juan ha logrado clasificar por quedar tercero en el Ottawa XL, una competencia sobre los ríos más caudalosos de Canadá.
Para las ediciones pasadas, tuvo que apelar a sus habilidades audiovisuales. A la edición de este año, por ejemplo, clasificó con un video que incluía los mejores momentos de sus entrenamientos del año pasado: cinco minutos y medio de una emoción in crescendo, en los que Juan rema perdido entre olas que llegan desde todas las direcciones, atraviesa con delicadeza grandes rocas que angostan los canales, aprovecha la fuerza de las olas para dar vueltas verticales y horizontales sobre el agua (y bajo ella), y cae como un misil desde una catarata de quince metros de altura que parecería hundirlo para siempre. Después de los créditos, Juan mira de reojo a la cámara, confiado, mientras arranca un pedazo de pizza con su boca y se limpia la comisura de los labios con un dedo.
A pesar de que tiene una productora audiovisual independiente, y de que anda siempre con una cámara sobre su casco, parece que recién hoy Juan recuerda que al terminar el colegio quería dedicarse a la televisión, antes de que circunstancias familiares lo obligaran a regresar de Lima al Cusco –donde nació en 1980– para trabajar con su familia en el turismo de aventura. Desde entonces la vida de Juan no ha seguido más planes que los que le ha permitido el día a día. «Tengo algunas ideas de lo que quiero hacer, y conforme pasa el tiempo voy viendo qué se da y qué no», dice, como si de la suerte dependiera todo.
Pero más que de la suerte, todo parece depender de la burocracia, palabra que detesta. El video que presentó el año pasado quedó en octavo lugar, con lo que Juan se ubicó como segundo suplente. La ausencia de dos competidores seleccionados le dio un lugar en la lista de titulares, pero un problema con la documentación de su visa hizo que se perdiera la primera carrera, y, a pesar de meterse entre los diez primeros puestos en dos de las restantes, terminó en el vigesimosegundo lugar. Cuando lo recuerda da una palmada dura, seca, de desahogo.
Ya en 2007 tuvo que aceptar que, por más que se preparara física y mentalmente, la última palabra la tenían los diplomáticos de saco y corbata.
Durante mucho tiempo había apostado por la modalidad del slalom, pero se cansó. ¿Había una competencia más burocrática que ir de un punto a otro atravesando arcos? Esta vez Juan había decidido entrenar en Chile con un objetivo concreto: ser campeón en la modalidad de freestyle. «Es como ir a correr tabla y hacer maniobras todo el día. Ahí las reglas dependen de cada competición. Es súper más entretenido» [cada tanto Juan le suma un ‘súper’ a un adjetivo].
La invitación del ICF Freestyle World Cup llegó cuando él consideraba que había alcanzado su mejor nivel. «Era mi sueño», recuerda. Pero a pesar de contar con la carta de la International Canoe Federation, le negaron la visa. Sin una federación nacional que lo respaldara, Juan no era para las autoridades un deportista que representase a un país, sino una persona natural que podría estar tramando migrar de residencia. «No lo podía creer. Tanto tiempo intentándolo y que te pusieran trabas…». Juan da otra palmada, lanza una interjección y estira el cuello hacia los lados, como si reviviera la frustración.
Hoy tiene una nueva chance para vencer las trabas del destino. Ahora que pudo superar en el Ottawa XL al tres veces campeón mundial Dane Jackson, ha recalculado sus objetivos: para el WWGP 2016 habrá cumplido 36 años, la edad de mayor desarrollo para un kayakista, y será su mejor oportunidad para desquitarse. Mientras tanto, haber sido nombrado el mejor entrenador por los alumnos de la Ottawa Kayak School, la academia formada por una familia canadiense de campeones mundiales, lo incentiva a trazarse una gran meta: fundar la primera escuela de kayak del Perú. «A mí lo que más me va a llenar es sacar a un campeón mundial. Si no lo logro hacer yo, crearé uno».