Pucha, estoy toda apurada. Es más, en este mismo momento estoy en el taxi rumbo a mi depa escribiendo desde mi smartphone esta columna. Geolocalización exacta: semáforo de Camino Real con Miguel Dasso. La cosa es que acabo de salir del Centro Cultural de la Católica de ver cuatro películas seguidas del Festival de Cine de Lima 2015. Y he pasado el roche de mi vida.
La cosa es que estaba sumergida en un documental de Herzog, cuando de pronto mi celular comenzó a sonar con el ringtone de Shot Me Down de David Guetta a todo volumen. «¡Puta madre -me dije-, olvidé de silenciar mi celular!». Edgard Saba, amo y señor del Festival [un trome, la verdad], que estaba mi lado, me tiró un codazo que me ha dejado un moretón horrible. Bueno, me lo merecía pues. Así que salí disparada de la Sala Roja. «¿Aló?», respondí. Y al otro lado de la línea una de las productoras de la revista se puso en un plan peor que Eva Longoria en Desperate Housewives.
«¡Pucha Cata, ya pues, no te pases, estamos esperando tu columna!». Y de un golpe volví a la realidad: había estado internada toda la semana en las salitas del centro cultural olvidándome de todo. Me ocurre siempre con séptimo arte, ¿qué puedo hacer? «¡Dónde te has metido Cata! ¡Tenemos que tomarte la foto ahorita! ¡Pucha, ni Ro de Rivero, te maleas!». Le respondí con la elegante calma que brinda la trilogía de alprazolam, triazol y benzodiacepina [Xanax, para mayores referencias]: «Flaca, tranquila, todo está bajo control». Pero claro, era una mentira grotesca. Continué: «Comencemos por las fotos. Vénganse corriendo a la PUCP de Camino Real y arreglamos eso. Luego les paso mi columna, que la tengo en mi Mac».
Llegaron a los diez minutos, acalorados, rojos y agitados. «Edgard, porfis -interrumpí a Saba-, desalojemos la sala un momento para la foto; te juro que te menciono en mi columna, ¡por favor!». Pero no me hacía caso. Pucha, casi le prometo más de lo que debía y cuando estaba a punto de decirle que podía contactarme vía ouija con el espíritu de Vivien Leigh para que sea el jurado del festival del próximo año, atracó y lo amé.
Me senté en una butaca con mi canchita y mi cara de ‘aquí no pasa nada’ mientras pensaba en qué diablos iba a escribir aquí. Entonces me he dado cuenta, mientras escribo esto en el taxi, que he estado confesando mi pecado: ¡no tener nada bajo control! Y es que, ¿para qué? Así es la vida. Así es mejor. Pero chévere también, porque me di cuenta de que mi vida es una anécdota a cada minuto. Creo que le pasaré un guión a Pancho, a ver si lo inspiro así como la Cepeda o la Astengo. ¿Cool, no?