Dicen que… Einstein estaba aburrido.

Ya comenzaba a ser conocido por su Teoría de la Relatividad y era solicitado con frecuencia para dar conferencias. Como no le gustaba conducir, contrató los servicios de un chofer para que lo movilizara a sus charlas. Después de varios meses de viaje, el físico comentó al chofer lo tedioso que le resultaba repetir lo mismo una y otra vez. «Si quiere –le dijo el chofer–, puedo sustituirlo por una noche. Lo he oído tantas veces que puedo recitar de memoria cada una de sus palabras». Einstein estuvo de acuerdo, y, antes de llegar al siguiente lugar, intercambiaron la vestimenta. Cuando llegaron a la universidad donde se iba a celebrar la conferencia, nadie descubrió la farsa porque ninguno de los académicos presentes conocía a Einstein. El chofer comenzó a exponer sin inconvenientes hasta que al final un profesor en la audiencia le hizo una pregunta. El chofer no tenía ni idea de cuál podía ser la respuesta, sin embargo tuvo una chispa de genialidad: «La pregunta que me hace es tan sencilla que dejaré que mi chofer, que se encuentra al final de la sala, la responda».

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