Jeremías Gamboa, periodista y escritor; Javier Sinay, editor de la revista Rolling Stone Argentina; y Joselo Rangel, guitarrista de Café Tacuba, publican Cuba Stone, un libro de tres crónicas que gira en torno a la visita de los Rolling Stones a La Habana en marzo de este año. Sobre una visión íntima de lo que puede significar el rock en una nación.
Por: Jesús Cuzcano | Fotografía: Augusto Escribens
Allá en La Habana vieja, los tres escritores presenciaron el encuentro: el régimen totalitario Cubano [o lo que queda del mismo] le dio la bienvenida a los Rolling Stones, una de las bandas de rock más longevas y libertarias que ha vivido la segunda mitad de este siglo en contraposición a lo dictaminado por Fidel Castro desde mediados de los cincuentas. En un nivel más íntimo y más allá de las luces del concierto, Jeremías Gamboa encontró en la ciudad un depósito de tiempo que lo llevó hasta su infancia. Rock n’ roll al ritmo de (las piedras rodantes y) los hijos del «periodo especial», su crónica en el libro Cuba Stone, narra su paso por La Habana y también retrata desde su visión privada la primera vez que los Rolling Stones y los cubanos aparecieron en su vida. Este texto es una forma de reafirmar su lugar de origen, dice él. Sin más preámbulos, la conversación.
¿Cuáles fueron las conexiones que hiciste antes de empezar la crónica para el libro?
Cuando me enteré quiénes iban a ser los otros dos colaboradores, supe que tenía que trabajar el doble. Porque de los tres yo era el que menos conocía de los Rolling Stones, era el más neófito en el asunto. Sabía que Sinay era editor de la revista Rolling Stones, estaba muy vinculado al mundo del rock; y Joselo Rangel, que es el guitarrista de Café Tacuba, también. A partir de allí, vino mi necesidad de pensar qué cosa podía yo aportar al libro. Si intentaba especializarme en un mes [en los Stones] no lo iba a lograr. Una de las primeras cosas que pensé fue que, si algo conectaba al Perú con Cuba, a diferencia de México y Argentina -los países de los otros colaboradores-, era que nosotros también somos un país que no vio a los Stones hasta el 2016. Habían venido, sí; pero no habían tocado. Me di cuenta que podía conectar la triste historia de la falta de rock en el país y de las crisis que hemos tenido, del hecho que nunca nos visitaron grupos de rock famosos, durante años.
¿Cuál fue la evolución por la que pasó tu idea inicial del texto?
Fui con la idea de registrar el concierto: uno. Dos: la semana con Obama y con todo lo que encontrase sobre el cambio en Cuba, sobre cómo los Stones son parte de una serie de ventanas que supuestamente se están abriendo en la isla. Pensaba hacer una crónica de espacio. Leí crónicas sobre La Habana: la de Juan Villoro, la de Caparrós. Me empecé a nutrir de información. Esos eran mis objetivos centrales. Y, por si acaso, pensaba en la posibilidad de incluir la historia de los cubanos en mi infancia. Ya en La Habana aparecieron los recuerdos. Una serie de cosas de mi infancia: mi visión privada de la primera vez que los Rolling Stones y los cubanos aparecieron en mi vida. Estos tipos que, en la televisión, salían en Disco Club y a mi mamá le parecían unos degenerados [los Rolling], y los hombres refugiados que llegaban al país expulsados de un régimen. Estaba la metáfora: la banda más globalizada y el país que nos mandaba refugiados.
Ahondemos en esa última idea: los cubanos refugiados.
Tenía en mente esa historia de los cubanos que migraron al Perú y fueron refugiados en el Parque Zonal Tupac Amaru en el año ochenta, justo frente al barrio donde yo crecí. Viajé a Cuba con algunas premisas, pero no encontraba el núcleo. En el camino de la cobertura encontré que lo que nos unía a nosotros y a los cubanos, y a los argentinos, chilenos y colombianos, es que todos hemos tenido alguna vez una gran crisis. Y hay generaciones que han nacido de esas crisis: las [generaciones] que yo llamo en el texto ‘Los hijos del periodo especial’. Todos tenemos algún recuerdo de las crisis que hemos vivido. Fue allí que empecé a jugar con la idea de no hacer una crónica estrictamente musical, sino que abordara un viaje personal a la memoria. Si el reto fue encontrar la idea que uniese todo, eso fue la idea de ‘la crisis’ y de ‘los hijos de la crisis’. Por eso mi texto se llama Rock n’ roll al ritmo de (las piedras rodantes y) los hijos del «periodo especial».
¿Este trabajo te reveló algo en particular?
Para mí, esta crónica es la recuperación de mi tierra, de mi lugar de origen. Para ‘Punto de fuga’ escribí cuentos que ocurrían en varios sitios de Lima y para ‘Contarlo todo’, que ocurrían en Santa Anita; pero hasta ahora no me atrevía a narrar mi barrio. A los cuarenta y un años he sido capaz de inscribir mi barrio en una crónica. Me he reencontrado con aquello que fui y con una imagen que me parece potente: el crecimiento ligado con la crisis, el temor y la violencia. La historia que cuento es totalmente cierta: nosotros vivimos cerca a ese parque zonal que fue convirtiéndose en un gueto de cubanos que eran la amenaza frente a nosotros. Se empezó a comercializar droga, se armaban prostíbulos. Hubo movimientos de vecinos para sacarlos. Y yo tenía seis o siete años. Es una imagen muy potente que yo había dejado allí, no la había sentido como material. Y sin embargo, por las comisiones, apareció. De pronto, me volví a conectar con ese asunto infantil que se hace explícito en la parte final de mi texto, donde me reúno con mi amigo de infancia Manuel Campomanes, a quien entrevisto en su casa y me cuenta de un cubano que llegó con un grupo de refugiados y que terminó convirtiéndose en su padre. Esa casa que describo bien podría ser mi casa, y esa historia bien podría la mía.
¿Cómo explicas la oportunidad que te estás dando de publicar textos que hablan de tu infancia?
Hace tiempo le estoy dando vueltas a la idea de que hay una edad en la que uno ya puede nombrar su lugar de origen. Yo he empezado a hacerlo ahora.
¿Crees que hay mayor autoridad para nombrar el ‘Lugar de origen’ cuando se es mayor?
Hay más cosas resueltas. Yo tenía muchas sensaciones encontradas con mi barrio, que era uno de clase emergente criolla. Mi familia era claramente una de las más migrantes, porque éramos de Ayacucho. Y era una época donde los ayacuchanos estaban concentrados en lugares como San Juan de Lurigancho o San Martín de Porres… Ahora me pregunto si ‘ese cubano’ que llegó refugiado no es acaso una imagen de mi familia, que llegó de una migración dura de los andes. Podría ser. Esta crónica me ha permitido explorar la verdad de los otros hasta donde he podido. Y es a la vez un viaje al pasado para ver cuántos hijos del periodo especial tenemos todos. En especial mi generación que ha sido criada en la precariedad.
¿Esa idea de precariedad de tu generación comparte cierto punto de vista con la Cuba que vio llegar a los Rolling Stones?
Es probable. Yo cuento en la crónica cuando me enfrenté a algunas situaciones cubanas. Me acuerdo que el agua venía y se iba en la ducha, salía caliente o no salía. Esas experiencias para mí eran como volver a la infancia… Además, en los conciertos de los Stones todos ven su vida entera. Es una cosa que Villoro cuenta en un texto que yo cito [en la crónica]. Dice que los Rolling Stones son una máquina del tiempo. No hay un solo chico de mi generación que no recuerde Paint it black, que era el tema de la serie Nam.
En una parte de la crónica cuentas cuando tu padre vio de lejos a dos de los integrantes de la banda y los confundió con los Beatles, allá por los años 70’s. Llama la atención la época que, salvando las distancias, también fue de un régimen autoritario. ¿Se te ocurrió que la mirada con la que tu padre vio a estos personajes fue la misma con la que los cubanos los vieron este año?
Tiene total sentido. Y eso es algo que le agradezco a la crónica. Yo no pensaba contar eso, pero mientras escribía la historia apareció como un regalo. Cuando hablo de la relación de mi amigo con su padre, también hablo de la mía con mi padre, que es también un hijo del periodo especial. Es un hombre que prácticamente no tuvo juventud. Tiene que ver con eso: mi padre era Cuba en ese entonces.
Hubo una victoria simbólica en Cuba. ¿La hubo a nivel personal?
Este libro es una victoria en el sentido que nunca había hecho un reportaje tan largo. Cuando me di cuenta que estaba ante tres historias juntas, por supuesto que me di de golpes contra la pared. Es lo que nos pasa a veces a los cronistas. Nos preguntamos: ¿por qué me metí a algo tan grande? Pero Jon Lee Anderson [periodista estadounidense] me lo planteó muy claro: «Cuba es una olla de presión. El régimen siempre se ha adecuado a las presiones internacionales y ha mantenido la nave a su camino». Pero a mí me da la impresión de que para le gente cubana sí fue una experiencia central. Me parece que el concierto abre una línea.
Se ha dicho que el concierto simbolizó el final de la Guerra Fría. ¿Lo crees así?
Así lo dijeron, pero no es tan sencillo. Si me hubiese ido un día después del concierto, me hubiera ido con la idea de que eso era el fin. Pero me quedé cuatro o cinco días más y el lunes, luego del concierto, Fidel sacó una editorial fuertísima contra Obama en Granma [periódico cubano que es el órgano del Comité Central del Partido Comunista]. Luego me enteré que hubo una serie de medidas de regresión. Uno puede decir que el Estado se pone un poco más represivo cuando ve que los cambios vienen. Creo que este evento no marca el principio del fin; pero quizá simbólicamente se convierta en un hito a pesar de que el país aún mantiene ciertas puertas cerradas [el libro Cuba Stone va distribuirse en varios países, pero no en Cuba].
Si no se habla del fin de una era, ¿puede hablarse del nacimiento de una nueva ilusión luego de la presentación de la banda?
De idealismo; porque eso ha tenido Cuba, gente muy idealista. Casi no hay ironía, al menos en la calle ves mucha bonhomía. Durante esa semana hubo un nivel de idealismo bastante grande. Y eso naif es bien propio de la infancia, en el mejor sentido. Por eso también me gusta ese título: ‘Los hijos del periodo especial’, porque son esos niños que se quedaron como tal: idealistas.