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En nombre de la pasión

Visitamos la hacienda en Pachacamac de los Belisario de las Casas, tres generaciones que llevan la misma pasión bajo un mismo nombre. 

Por Yarina Rodríguez Salinas

La primera aventura de Belisario de las Casas Piedra, patriarca de esta familia apasionada por gallos y caballos, tuvo lugar cuando tenía tres años. Desde muy pequeño, sus padres solían montarlo en un caballo para acostumbrarlo a estar sobre la bestia. Fue así como a esa edad se perdió en la hacienda familiar en Huaral, situación que generó un escándalo del que él no era todavía consciente. Ese fue su primer y gran acontecimiento sobre el lomo de un equino. «Sí —afirma don Belisario, mientras sonríe—, ya desde esa edad comenzaba mi pasión».

Con 76 años a don Belisario le ha tocado vivir cinco golpes de Estado y una reforma agraria que decretó la expropiación de las haciendas. Los caballos y las yeguas que se necesitaban para el trabajo agrícola fueron arrancados de las manos de sus dueños, quienes vivieron la tortura de ver lo que sucedía a sus animales. «En algunos sitios, los mataron y se los comieron; se los daban a la gente para que se coman la carne», recuerda con indignación.

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Se podría decir que no eran los mejores tiempos para los hacendados, pues la falta de atención hacia esta afición duró por muchos años. Pero con mucho esfuerzo don Belisario fue luchando por aquellos derechos perdidos, y tomando el mando de la Asociación Nacional de Criadores y Propietarios de Caballos Peruanos de Paso, con lo cual, y gracias a la ayuda de muchos amigos y criadores, pudieron volver a organizar concursos en medio de una dictadura.

Para su hijo Belisario de las Casas D’Onofrio [34], la relación con los caballos es otra. A pesar de también haber estado en contacto con ellos a una corta edad, lo fue en circunstancias totalmente distintas, pues él se crió en la ciudad. Creció en el apogeo de los concursos de caballo de paso y de marinera, y fue ganador durante tres años consecutivos del torneo de este baile a caballo. «Tenía menos de un año cuando fui a mi primer concurso. Guardo fotos montado en los caballos cuando yo tenía la edad de mi hijo».

El más pequeño de los Belisario, con tan solo un año, también ve a estos animales como parte de su vida cotidiana. A su corta edad ‘Beliche’, como lo llaman, ya levanta la mano y junta los labios para hacer el ademán de llamar a los caballos cuando está frente a ellos. «Él viene acá y se le ve otra actitud. No le tiene miedo ni a los gallos ni a los caballos», dice su padre orgullosamente.

Sucede que la familia De las Casas no solo le está inculcando el amor a la crianza de los animales, sino también a todo lo que representa el Perú, su pasión más grande y significativa. «Yo viajaba a los eventos internacionales, y pusimos como requisito que para empezar el concurso tenía que salir un caballo con la bandera peruana y cantarse el himno nacional. No sabes la emoción que sentíamos; se nos salían las lágrimas», cuenta el abuelo Belisario.

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CASTA Y NOBLEZA

La pasión por la crianza no termina en los caballos. La familia De las Casas también es reconocida por la afición gallística, al punto que la canción Gallo camarón, compuesta por Chabuca Granda, nació de una conversación con don Belisario de las Casas y otros dos amigos criadores, en la que trataron de enseñar a la compositora todos los aspectos que se necesita saber sobre una pelea. «Le explicamos lo que era la camada, la pluma, la caña del gallo, etcétera. Cuando terminó el vals, fue un día a cantárnosla. Estaba todo lindo menos el nombre. Y se lo dijimos. «¿Por qué?», preguntó ella. «¡Porque camarón es el gallo que se tira para atrás, lo ponen para que pierda!, le respondimos a Chabuca», recuerda entre risas.

A pesar de que las peleas de gallos eran también una afición nacional, empezaron a ser vistas con malos ojos. Mafias de apostadores, arreglos por debajo de la mesa y las infaltables riñas que se daban entre el público contribuían a formar su mala fama. «Cuando tenía ocho años, yo quería criar gallos, pero mi papá no me lo permitió; me dijo que de ninguna manera. Había peleas hasta con navajas; la gente se mataba».

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Poco a poco, y, gracias al impulso de don Belisario junto con otros compañeros, lograron dar forma a un nuevo estilo que llegó a ser conocido como el estilo Camacho [por la ubicación del coliseo], en el que suprimieron la violencia entre los criadores y espectadores. Luego se pasaron a Mamacona para finalmente establecerse en el coliseo Valentino de Pachacamac, llamado así por el gallo predilecto de la familia.

La crianza del gallo navajero peruano no es fácil de entender para los que no saben que el gallo verdadero, que no ha sido manipulado, por naturaleza busca pelearse. Aseguran incluso que si a un gallo le pones un plato de comida, una gallina y otro gallo, por instinto irá siempre primero a pelearse con su rival.

«Es la naturaleza del animal; nosotros lo sabemos bien. Por eso después de una pelea te puede dar pena, pero de una manera distinta, pues estarás feliz porque jugó bien y sientes orgullo, sientes que lo ha hecho por ti y por la crianza que le has dado. Es como si defendiera los colores de la casa», explica Belisario hijo.

Lo que hace a un gallero una persona distinta es su nobleza y su sentido de camaradería; saber que hay mucho más que ganar una pelea. «En Camacho se instituyó la costumbre de que el que ganaba debía cruzar la cancha a felicitar al perdedor», nos cuenta don Belisario. «Puedes ser rival, pero nunca enemigo. Ganes o pierdas no te hace un mejor criador. Es como querer comparar dos cuadros de dos artistas famosos», agrega su hijo.

 

 

 

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