Tras una experiencia que lo marcó para siempre, Javier Chávez sustituyó su forma de vivir por una sostenible y eco amigable. Su marca Ékolo es el ejemplo perfecto de que las buenas ideas trascienden.
Texto: Senna González | Fotografía: Oliver Lecca
Son 90 kilos y 2.10 metros los que Javier Chávez debe sostener con todas sus fuerzas. Salvar a un lobo marino no es tarea fácil. Sus brazos rodean el pelaje espeso del animal, que no para de moverse, hasta que es tiempo suficiente para que el biólogo marino introduzca el tubo por su tráquea y comience a alimentarlo. La experiencia en la Organización Científica para Conservación de Animales Acuáticos (ORCA), fue toda una travesía para el chico de 22 años.
Tres años más tarde, en el invierno del 2018, Javier nada en un mar de residuos: envolturas de plástico, bolsas de basura y cepillos de dientes.La impotencia que siente al volver de la playa El Huaico es tan grande que cuando llega a casa se sumerge en un mundo de artículos y libros sobre cómo reemplazar el plástico o maneras sostenibles de gestionar la basura. De esa preocupación nació Ékolo: de la conciencia ambiental y de una cultura de reducción. “No necesitamos a gente perfectamente sostenible, sino a gente que sea parcialmente sostenible para cambiar el mundo”, refiere.
Javier renunció a su trabajo en una startup norteamericana para fundar Ékolo. Su marca de bolsas biodegradables de almidón de maíz es una perfecta opción para dejar a un lado las tradicionales bolsas de basura. Al reducir la dependencia del plástico, también reducimos la dependencia del petróleo y, por ende, el dióxido de carbono”, explica. Una cadena de buenas acciones interconectadas entre sí. La historia comenzó en un mar de basura y en la piel de un animal, un ecosistema dañado por nuestras malas decisiones.