Cuatro bloques temporales en los cuales el actor Joaquín De Orbegoso repasa una vida constituida por la música, la actuación, el mar, y su familia. Una conversación que inicia y culmina en el mismo lugar: su hogar.
Texto: Senna González | Fotografías: Oliver Lecca
3.59. p.m. Las teclas del piano resuenan en la casa. Los sonidos emergen de las 36 negras y las 52 blancas. El ruido se transforma en música, una composición libre que pretende entrar en un álbum, o quizá en un repertorio de canciones que posteriormente reproducirá para sus amigos. Sentado frente a su Yamaha blanco, Joaquín de Orbegoso es interrumpido por el timbre de la entrada. Está a minutos de ser entrevistado.
Entrar a su casa es como entrar a una concha marina. Puedes escuchar el océano en sus muebles azulinos, en sus mesas de madera, en su tabla de surf al lado de la puerta y en sus plantas junto a la ventana. Y de pronto te das cuenta que ama el mar con locura, que su primera tabla fue una Bruce Jones, demasiado grande para sus 11 años. Joaquín corre olas, compone, actúa y es carpintero.
Desde la banca de su piano hasta la mesa pequeña de su sala, casi todos los muebles de su hogar han sido confeccionados por él. Cuando no está ocupado con la actuación, trabaja en el estudio de Aldo Chaparro. Ahí, en su taller de carpintería, descubre nuevas formas de perdurar en el tiempo. “Lo que hago es efímero, tiene el tiempo de vida que dura un respiro. Hacer algo más concreto como una mesa tiene una sensación diferente que me encanta”, refiere. La madera es su forma de decir “estoy aquí”.
Su padre, Guillermo de Orbegoso de Orbegoso, pintor y artista plástico, lo conectó con ese lado ebanista. Varias veces ha olvidado cómo hacer tal acabado y piensa en llamarlo, pero entonces recuerda que ya no está y ríe. Ya sea de nostalgia o de gracia, por su natural equivocación, la muerte es un vínculo más que solo se intensifica con el tiempo. De él también heredó su pasión por el mar. “Mi padre hacía pesca submarina. Me llevaba todos los fines de semana a la playa y buceaba”, evoca con nostalgia. Joaquín lo recuerda con una sonrisa que dirige hacia el frente. Siempre mira hacia el frente cuando habla de él.
Tal vez no lo sabe, o tal vez sí, pero cada aspecto de su vida parece estar marcado por las acciones de su progenitor. Hasta su primera guitarra, adquirida en Tacora, fue un regalo de su padre. Una manera de darle a entender que haga lo que haga, él siempre estaría ahí: en el mar, en el taller, en su piano, y por supuesto en la actuación.
4:36 P.M. “Entré en el mundo de la actuación por mi hermana, Katia Condos”, confiesa. En el colegio odiaba actuar. Prefería un perfil bajo, ser el árbol número tres. Exponerse era una continua molestia, pero siempre acudía al teatro para ver las obras de su hermana. Cuando Joaquín termina la escuela, Katia le comenta sobre un casting para una serie de televisión: Torbellino. Una recordada telenovela peruana de 1997. Entró. La locura comenzó.
Después de grabar las dos temporadas de Torbellino, Joaquín alcanzó una pequeña especie de popularidad. Pero la actuación seguía sin encantarle. Ingresó a la Universidad Católica y estudió Psicología; sin embargo, no terminó la carrera.
Hasta que ocurrió Un tranvía llamado deseo. Una obra teatral que duraba tres horas y en la cual actuó dos minutos. El personaje de Joaquín ni siquiera tenía nombre. Lo llamaban ‘el joven cobrador de la estrella matutina’. Sentado en New Orleans, o el Centro Cultural de la Católica, De Orbegoso espera a que termine la obra. Las luces cálidas del atardecer entran por las celosías y con ellas, los aplausos. Al lado de tantos actores reconocidos, Joaquín se siente el estafador más grande y suertudo del mundo. Ha encontrado su vocación. “Mirando las luces me di cuenta de que, aunque no sabía qué hacer con mi vida, quería sentirme así por siempre”, recuerda.
5:02 P.M.
Alma Lima descansa bajo el mueble azul. No es mascota, sino familia. La adoptó de un albergue en El Agustino, la salvó de una fuerte infección estomacal y desde ese entonces se convirtió en su fiel compañera. Es imposible no verla
en cada foto que el actor comparte. Joaquín ama a Alma, sobre su Yamaha se lee un cuadro “Alma Lima y Perro Criminal”, su apodo. Siempre con un pie dentro y otro fuera. Joaquín adoró durante mucho tiempo la soledad: era el
hombre que nunca estaba. Pero la soledad también llega a cansar cuando ni uno mismo está para reconocerla. Alma Lima, sus amigos y su familia le devolvieron la vida.
5:09 P.M.
Una escena de unos cuantos segundos bastó para que su celular no dejara de vibrar. “Me llegaron 60 mensajes, ahí me di cuenta de que esto era serio”, así recuerda Joaquín su primera aparición en la exitosa serie peruana Al Fondo
Hay Sitio. Mike, su personaje, más conocido como ‘El Gringo Atrasador’, causó furor entre los seguidores de la sintonizada producción televisiva. Por aquel entonces, cada vez que andaba por la calle, los fanáticos siempre lo recordaban como ‘el atrasador de novias’. Pero Joaquín no se arrepiente del personaje. Cómo hacerlo, si le trajo tantos beneficios en su carrera actoral.
En esta nueva etapa de su vida, después de grabar series como Ojitos Hechiceros o Ven Baila Quinceañera, el actor se encuentra escribiendo un cortometraje basado en un cuento sobre dos amantes y cómo a veces el deseo nos lleva
a actuar por razones equivocadas. Además, pronto saldrá en la obra teatral Bull en el Teatro Julieta.
La vida de un actor es interpretar distintos papeles, abrir puertas que creían cerradas y encontrarse con uno mismo después de un largo día, Joaquín se halla en las teclas de su Yamaha, en el mar, en el escenario, y en casa, donde lo espera su Alma. Cinco y quince de la tarde, es hora de volver a su piano.