Desde su primera participación en el 2010, se ha convertido en el peruano con más presencias en el Dakar. Salvo por su retiro este año, ha completado el recorrido desde el 2011. Esta es su experiencia al volante.
Dice que aquella primera vez llegó a deshidratarse, que cuando en 2010 subió a su moto para recorrer los más de nueve mil kilómetros del Dakar que comenzaban en Buenos Aires, cruzaban dos veces la Cordillera de los Andes, se internaban en el desierto de Atacama y atravesaban las dunas de los desiertos del oeste argentino, no tenía mayor información del rally de la que pudo encontrar en foros de internet. No corrió en la moto KTM modelo 450 Rally que usa hoy. Había modificado una moto estándar en base a características que pudo averiguar online. Tenía el temple, dice, pero no la experiencia. Había practicado enduro desde los veinte, pero nunca se había sometido a una prueba de tal magnitud. Si bien ese 2010 abrió la puerta del Dakar al país, no completó el recorrido.
Abandonó el rally en la tercera etapa. Pero antes de que eso sucediera, su peregrinaje fue así: manejaba en promedio catorce horas al día. Y la cosa no terminaba ahí. Una vez que llegaba al campamento, tendía carpa y sleeping bag, y como no contaba con equipo de asistencia, ocupaba gran parte de la noche en ver las reparaciones de su vehículo: revisaba el aceite, la suspensión de las llantas y demás pormenores que podían, al fin y al cabo, salvarle la vida. La seguridad no debe tomarse a juego, acota él. En 2012, durante su tercera competición en el Dakar, Vellutino fue testigo presencial del accidente que sufrió su compañero Jorge Martínez Boero, quien falleció producto de una fuerte contusión luego de un accidente a causa de una falla técnica. Por ello, encargarse de todas las reparaciones y no dormir adecuadamente es algo que, confiesa, no volvería a hacer.
El Dakar tiene anualmente cientos de competidores en sus listas; pero la competencia principal es contra la naturaleza. Los pilotos deben enfrentarse contra la agresividad de los paisajes. Las dunas de Fiambalá, trayecto ubicado al oeste de la provincia argentina, que formó parte del recorrido del Dakar en 2010 y que volverá a serlo el año que viene, son dueñas y señoras de una temperatura de 50° centígrados. Suficientes para causar hipertermia, condición capaz de producir daños en el organismo por el exceso de calor. Las dunas de Fiambalá: la primera vez que Carlo corrió el Dakar, su esperanza de terminar el recorrido se perdió entre su arena. Se deshidrató. No llevaba consigo un rehidratante o suficiente Gatored en polvo como para hacerle frente a la situación; solo llevaba agua en su camelback. Era el cuarto día de competencia y, sin embargo, tuvo que irse a casa.
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El Dakar es también una competencia contra uno mismo. Manejar catorce horas al día no es un ejercicio habitual. Debe entrenarse la resistencia del cuerpo para cruzar seiscientos kilómetros de cordillera, para lidiar con la ausencia de comida y bebida. Vellutino no come nada más que power bars, frutos secos o pecanas desde el desayuno antes de las cuatro y media de la mañana -la hora de partida-, hasta la hora de llegada al campamento, que dependiendo de su habilidad o suerte puede suceder a las seis de la tarde. Aunque ha habido días donde el piloto ha llegado casi a la
media noche. Hay que dosificar alimentos y líquidos. De los tres litros que puede almacenar su camelback, el piloto bebe un sorbo de agua cada quince minutos, mucho después del instante en el que empieza a sentir sed. Dice que es todo lo que necesita para estar bien a lo largo del recorrido. Y cuando tiene que enfrentarse a entornos muy calurosos, toma una pastilla de sal o come una barra de la misma composición para hacerle frente a la pérdida de las mismas en el proceso de deshidratación.
La victoria en este tipo de competencias consiste, más que llegar primero, en la satisfacción de llegar al punto de meta, comenta él. No por nada se dice que terminar el Dakar es como superar una prueba de supervivencia. Las dos semanas que dura el recorrido se resumen, según Vellutino, a un minuto de gloria sobre el podio. Allí da por sentada su habilidad sobre el timón, pero sobre todo deja clara una cosa: se puede vencer a la naturaleza jugando de la única forma que esta sabe, bajo sus propias reglas.