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Miguel Tudela – Revancha personal

Luego de una temporada donde las lesiones han mermado su desempeño deportivo, el surfista sueña con alcanzar un cupo para los Juegos Olímpicos Tokio 2020. A sus 25 años, ha adquirido una madurez y temple que lo ayudan a centrarse en sus objetivos.

Texto: Leonardo Casiano | Fotografías: Oliver Lecca

Vistiendo solo un traje de baño, como si recién se hubiese levantado, Miguel Tudela (@migueltudelach), reposa sobre su cama. A su alrededor, once tablas que resumen una vida dedicada al mar, equipos de surf, tres pinturas colgadas donde predominan los magentas de las puestas de sol, una mesa de noche en la que se confunden varios objetos personales, una silla de escritorio solitaria y un set gamer que consta de una PlayStation, una TV frente a su cama y audífonos lo acompañan. Nos recibe como si nos conociésemos de toda la vida.

Miguel ha recorrido el mundo gracias a su principal pasión: las olas. Sin ellas se siente como un Juan Diego Flórez sin voz; como un Gastón Acurio sin paladar o como un Paolo Guerrero sin olfato goleador. Necesita su elemento; es decir, su cuerpo sobre la tabla con la pierna derecha delante (postura goofy le llaman). Siempre busca la armonía con el océano.

En esa búsqueda se lesionó compitiendo en Filipinas en octubre del 2018. Desde entonces, su rodilla derecha no ha vuelto a ser la misma. La consecuente operación lo alejó del mar durante unos meses, pero también le permitió aprender mucho sobre su rodilla. Cuando le preguntamos por ella, la observa fijamente, la respeta. Señala la cicatriz que le dejó esa intervención quirúrgica. Conversa sobre los meniscos, fibrocartílagos situados en las rodillas que amortiguan el peso corporal. Tiene consciencia plena sobre su anatomía. Habla de algunas oportunidades perdidas y de una revancha pendiente con él mismo; de haber descendido en el ranking mundial —actualmente ocupa el puesto 63— y de su frustración por no haber podido representar al Perú en los Juegos Panamericanos Lima 2019.

“Miguel ha recorrido el mundo gracias a su principal pasión: las olas. Sin ellas se siente como un Juan Diego Flórez sin voz. Necesita su elemento.”

Pese a ello, el año pasado compitió en Brasil, Hawái, Australia, Sudáfrica, Estados Unidos, España, Portugal y Perú. En total, 15 eventos en los que su mejor posición fue la quinta. De esa manera, cerró el 2019 como el segundo mejor peruano ubicado en la clasificación mundial; es decir, veintiún puestos por detrás de Alonso Correa, a quien elogia, puesto que el surf, aún en la soledad del hombre sobre una tabla en la inmensidad del mar, ha estrechado lazos, ha
formado una familia. No solo eso: el surf es un deporte que ha dado bastantes logros al Perú. Y ello, en cierta forma, es lo que defendió en un video publicado en su página de Instagram, en el que asegura que el deporte está en “estado de emergencia”.

Pero Miguel pudo dedicarse a otra cosa. Es más, hubo un capítulo de futbolista en su niñez que duró hasta sexto de primaria. Formaba parte de la selección del colegio Santa María. Jugaba bien, pero su cuerpo elástico y delgado siempre fue mejor para la tabla. Estaba predestinado a ella. De hecho, durante su infancia en Punta Hermosa aprendió a caminar y a nadar casi en paralelo. “No me acostumbraría a vivir lejos del mar”, dice.

Hoy, a sus 25 años, está cumpliendo la promesa del adolescente que en tercero de secundaria decidió entregarse por completo a este deporte, manteniendo así la tradición de una familia que ha estado unida siempre a las olas. Su madre, Giovanna Chiozza, fue subcampeona en 1981 de bodysurf; su padre, surfista también, le obsequió su primera tabla personalizada a los tres años; y Tomás, su hermano menor, también se perfila como uno de los mejores tablistas del Perú.

Existen, además, otros intereses en su vida. Miguel siente una fascinación por el automovilismo y los aviones. En sí, todo lo que involucre velocidad y acelere las pulsaciones le atrae, le genera un sentimiento de azar que el océano condensa en cada nueva oleada, sea en las playas de Punta Hermosa o en Pipe Line, donde del 4 al 16 de enero representó al Perú en el Da Hui Backdoor Shootout 2020. “Es una adrenalina completamente distinta e impredecible. No hay botón para frenar o acelerar, todo depende de ti”, confiesa. Siempre se mantendrá de cara al océano, aunque haya otros proyectos de por medio, como el trabajo con marcas a través de redes sociales, el lavado de automóviles que ha fundado junto a su padre o inversiones que mantiene en secreto. “Te suman en la vida, en lo que quieres, pero no en el objetivo puntual, que es ser el mejor atleta del mundo”, sostiene. Tokio 2020 es el sueño que lo mantiene vivo, entrenando y esforzándose al máximo. Pero es consciente, al mismo tiempo, de su fragilidad como deportista, de su rodilla. Ha aprendido a respetar el mar y lo cambiante que puede ser.

“Me ha entregado lo bueno y lo malo, todo en esta vida”, afirma. Su gran objetivo en la cita olímpica es honrar al Perú que lleva tatuado en su brazo derecho en una imagen que reúne la mística de Pachacámac, la Isla Ballena, el dios Inti, un inmenso cóndor y un caballito de totora.

En el próximo mundial de la International Surfing Association (ISA), necesita alcanzar una buena posición para clasificar a Tokio. A ello apunta su disciplina. Pero también anhela corresponder el cariño de su familia, sus entrenadores y su novia, en quienes halla un soporte emocional cuando a veces el mar despide olas que le impiden regresar. Miguel ha entendido este último año lo cambiante que pueden ser el mar y la vida. Ha sabido superar sus obstáculos de la misma forma en que sortea las olas.

“Tokio 2020 es el sueño que lo mantiene vivo, entrenando y esforzándose al máximo. Pero es consciente, al mismo tiempo, de su fragilidad como deportista.” 

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