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Pista de despegue

Comenzó a los siete años cuando acompañaba a su padre a entrenar. Hasta hace unos días, Paola Mautino [25 años] formó parte de la delegación peruana para los Juegos Panamericanos Toronto 2015 y está a solo dieciocho centímetros de clasificar a las Olimpiadas de Río 2016.

En varios deportes, las caídas son sinónimos de derrota. En salto largo, en cambio, una buena caída es la cereza del pastel. Esto lo sabe Paola Mautino, quien hace unas semanas batió el récord nacional de salto largo con seis metros, y cincuenta y dos centímetros, que es igual a saltar un Volkswagen escarabajo y medio [y un poco más]. Con tan solo 25 años, la atleta y estudiante de Psicología asumió así la responsabilidad de dejar al Perú, si bien no exactamente en lo alto, sino más bien en lo largo, en los Juegos Panamericanos celebrados en Toronto, Canadá, donde ocupó el puesto doce de la clasificación con un 6m35cm como mejor registro..

 

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A mediano plazo Paola tiene otros objetivos que cumplir: llegar a las olimpiadas, para lo cual le faltan tan solo dieciocho centímetros en un salto para alcanzar la marca establecida que le permitirá su ingreso a los Juegos Olímpicos Río 2016. Y después, por supuesto, le encantaría ganar los Panamericanos Lima 2019.

Sucede que ganar en «tu casa», dice, es un sentimiento totalmente diferente, pues la emoción y las muestras de afecto son inmediatas. «Competir aquí para mí siempre es un plus; de hecho es una motivación mucho más grande», cuenta Paola, quien tras haber ganado la medalla de oro en la competencias Sudamericana, también clasificó al Mundial de Atletismo en Beijing, a celebrarse en agosto de este año. «Felicidad absoluta. ¡Campeona sudamericana de salto largo! Gracias de corazón a todos los que siempre me han apoyado», escribió en su cuenta de Facebook. Esta medalla, precisamente, la ganó aquí, en la Videna, en la misma pista en la que empezó a correr desde los siete años, cuando acompañaba a entrenar a su papá, el atleta Giorgio Mautino. Desde esa edad comenzó a acostumbrarse a la pista y a competir en campeonatos de niños o del colegio, y así poco a poco se fue involucrando cada vez más.

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En un principio tuvo por entrenador a su propio padre, velocista que había representado al Perú en competencias internacionales. Eran tiempos en los que se sentía muy nerviosa a la hora de competir, sentimiento que finalmente la llevaría a estudiar psicología, ya que ella mejor nadie sabría lo que se siente en la pista, y de esa manera podría guiar a los chicos que recién comenzaban a saborear ese extraño agridulce de las competencias: un poco de ansias, nerviosismo y adrenalina. Sensaciones que cargaba de chica, cuando entrenaba con papá. «Nuestra relación siempre fue muy buena, pero discutíamos bastante en el entrenamiento y de hecho la discusión no terminaba ahí, y nos la llevábamos a casa». Para no desgastar la relación padre-hija y tras cambiar de disciplina a salto largo [antes era velocista], decidieron también un cambio de entrenador especialista en esa prueba.

A pesar de haber comenzado tan pequeña, Paola nos cuenta que además de hacer su carrera universitaria en más tiempo de lo normal, pues trata de llevar pocos cursos en la universidad para poder hacer las dos cosas bien, no siente haber hecho demasiados sacrificios. A sus veinticinco años confiesa que tal vez su vida social no fue tan agitada, «pero en verdad nunca me afectó tanto el no llevar un ritmo ‘social’ igual que la gente de mi edad; no es algo que siento que haya perdido. Creo que hay cosas que valen mucho más la pena», dice. Ser campeona sudamericana, tener el récord nacional, ser un orgullo para el Perú. Esas son solo algunas de las razones que se nos vienen a la mente.

 

 

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