Tras su primera individual, Valentina Maggiolo empieza a destacar en la escena artística con obras que plasman una preocupación por los espacios que habitamos. La distancia, el ritmo de la vida y la huella humana en el paisaje natural son ejes de una obra que no teme explorar su centro de gravedad.
Por: Tilsa Otta | Fotografía: Paolo Rally
Involuntariamente misteriosos, Valentina Maggiolo y su perro Numa emergen de entre la densa capa de neblina que cubre el malecón de Barranco. Nos sentamos en el pasto a pocos metros del acantilado cubierto por las geomallas de protección contra deslizamientos, protagonistas de su primera individual, De la serie de paisajes perdidos: 1, que se inauguró en Ginsberg Galería en diciembre del año pasado. Aunque desde niña quería ser pintora, en la Universidad Católica se decantó por Geografía y Medio Ambiente, temas que hoy nutren su práctica artística. Insatisfecha con el programa, se trasladó a la especialidad de Pintura, formación que concluyó en la Rhode Island School of Design, donde encontró una enseñanza más experimental y abierta, aprendiendo otras técnicas artísticas como cerámica, cine, video e instalación. “Irme a otro lugar me enseñó que hay que estar en constante movimiento porque eso es lo que te da perspectiva. Si te quedas en un lugar es difícil ver con objetividad una situación”, dice convencida la artista de 29 años.
Ahora que comentas que querías ser geóloga pienso que está muy presente en tu trabajo el tema del espacio, de observar procesos urbanos y sociales a partir de los territorios.
Lo que me llama más la atención es el hecho de que podamos aprender de nosotros mismos por lo que nos rodea, creo que así es como empezamos a existir. ¿Cómo sabes que te tienes que abrigar?, ¿porque hay sol pero también neblina y te puedes enfermar? Mirando el entorno. La Tierra es evidencia de cambio constante. Yo no hice esta exhibición como una crítica a las geomallas como intervención urbana, sino a la intervención urbana en general. Hay que ser sensibles al paisaje natural y no cambiarlo por completo. El título de la serie es Paisajes perdidos, pero los paisajes no están perdidos, siempre han esta doy siempre van a estar en constante transformación. Los cambios que se dan en la naturaleza son, en parte, resultado del nivel de tecnología que existe en ese momento. Estamos viviendo en una locura de velocidad, de acceso a información que va a un ritmo muy difícil de asimilar. Y no estamos pensando que esta Tierra ha tomado millones de años en formarse y que en un par de días podemos cortarla en dos.
Tienes un trabajo sobre las huacas, que también son procesos de la ciudad que pueden ser vistos como esculturas. Aunque es cultura antigua, son construcciones que son pasadas por encima.
Sí. Lo que me gusta de esa serie es que cada huaca es distinta, pero la hora es la misma, la sombra siempre está en el mismo ángulo. La idea es que, a pesar de nuestra intervención, la naturaleza va a ser siempre la única constante. Imagínate qué lindo hubiera sido mantener una cabeza de uno de los taludes de la Costa Verde intacta, dejarla tener su proceso natural y permitir que siga existiendo a su propio ritmo, pero eso es muy difícil hoy en día.
En ese momento Numa, que corre enloquecido todo el tiempo, se estrella contra su dueña. Como si quisiera darle la razón y demostrar, con su propio cuerpo canino, la interacción en los tiempos del high speed. Valentina se ríe. Dice que no tiene una rutina de trabajo, que se deja llevar por las pistas que encuentra experimentando la ciudad. “Empecé a escalar hace siete meses, me encantó y me hizo cambiar. Del eje horizontal pasé al vertical y era muy loco, porque tienes que cambiar todo, tu centro de gravedad, tu peso, cómo te apoyas sobre la tierra. Esa relación y perder el miedo a la verticalidad me llevó a fijarme mucho más en los planos verticales de la ciudad”.
Es como esa lectura oriental del paisaje que comentaba Max Hernández en el texto de tu muestra.
La idea en esa pieza de cemento (“Paisaje”) era presentar una imagen muy efímera, fantasmagórica y etérea sobre un material muy agresivo como el cemento. Pretendía presentar un cruce entre los paisajes verticales orientales que hablan de un ciclo infinito, donde hay un respeto por la jerarquía, la naturaleza está allá arriba y nosotros acá abajo. En la historia del arte occidental es lo contrario, los paisajes son horizontales, estamos todos al mismo nivel, podemos actuar sobre el paisaje. Esa intersección era lo que me interesaba.
Aunque se declara admiradora del trabajo de Jannis Kounellis, su mayor influencia son los espacios, ver fotos de geografía y formaciones naturales inusuales. Con las tendencias y el mercado del arte prefiere mantener cierta distancia, sin dejar de exponer su trabajo. “Me gustaría hacer residencias en distintas partes del mundo, volver después de estas experiencias y exhibirlas. Quisiera continuar esta serie de paisajes perdidos, escoger paisajes imponentes que presentan algún problema y hacer algo sobre eso”, comenta la artista. “Si puedo traer un poco de esos lugares increíbles y que la gente pueda reflexionar frente a ellos, o no, o simplemente que esté expuesta a esas imágenes, creo que ya es suficiente, que es una cosa positiva”.